La típica pareja de ancianas que cotilleaban sobre sus vidas, o la de cualquier persona que se les viniera en mente, ya no hablaban, sino que miraban con recelo a todo el mundo como si analizaran quién podría sentarse a su lado y quién no.
Los chavales que venían de entrenar ya no hablaban a voces, ni bromeaban sobre el entrenamiento del que venian, sino que estaban concentrados en el siguiente mensaje que esperaban recibir.
Pero al final del bus parecía que no todo estaba acabado, había dos chicas, riéndose a carcajadas de la gente, que no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor, y yo las miraba sabiendo lo que pensaban, sabiendo de lo que se reían y me di cuenta que yo era la chica del vestido de flores, que llevaba las botas marrones, que el chico que estaba sentado al final de bus acababa de bajar con los auriculares puestos, cabizbajo, que las ancianas se habían cambiado dos veces de sitio, y que los chavales se habían sentado separados el uno del otro.
¿De verdad está todo acabado?
¿Ya no existen soñadores?
¿Qué sucedió con aquellos que en el bus, en la calle, donde sea, querían conocerse y compartir sus ideales?
Yo tampoco lo sé, pero quiero que vuelvan.
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